Abd al-Rahmán ibn Muhámmad, conocido como Abderramán III, octavo Emir de la dinastía Omeya, proveniente de Damasco, llegó a convertirse en el primer califa de los Omeyas en al Ándalus.
Abderramán III fue una de las personas más poderosas del siglo X en el mundo occidental, llegando a tomar el mando en el año 912 como Emir, líder político y militar, en la península ibérica.
Vivió una infancia dura, viendo morir a su padre, Mohammed, ordenado matar por su propio abuelo, Abd Allah I, quien nombró su sucesor a Abderramán, tomando el poder en el año 912 como Emir del Emirato. Al-Andalus era el territorio islámico que él mismo llegó a pacificar y unificar, abarcando prácticamente toda la península ibérica, excepto ciertos reinos cristianos del norte. Sofocó las disputas entre esos reinos y consiguió importantes victorias, como la de Valdejunquera (920), pero también obtuvo derrotas como la de Simancas (939).
En el año 929 se autoproclamó Califa, obteniendo así el poder religioso. Ordenó que empleasen el título de amir al-muminin “príncipe de los creyentes” en todos los escritos oficiales. Además, en todas las oraciones habría que invocarle como califa rasul-Allah “sucesor del enviado de Allah”.
Se le conoce además por ser el autor de la construcción de la ciudad palatina de Madinat al zahra, comenzando en el año 936. La ciudad se construyó en tiempo record, en sólo 40 años lograron crear la “ciudad brillante”, de los cuales él dedicó 25 años de su mandato a la misma. Se retiró a vivir a Medina Azahara los últimos años de su vida, donde instaló su corte y allí mismo recibía a los grandes dignatarios extranjeros. El diseño de la ciudad se proyectó para demostrar el enorme poder que había alcanzado y al esplendor que alcanzó su califato. Todo aquel que le visitaba en la ciudad palatina debía seguir un riguroso protocolo cuyo culmen se alcanzaba en el salón rico, donde por fin el califa les recibía. Aun hoy podemos admirar la belleza de dicho lugar visitando el yacimiento arqueológico de Medina Azahara.
Durante el gobierno de Abderramán III Córdoba alcanzó su mayor esplendor, siendo reconocida como una de las ciudades más prestigiosas del mundo. Su mandato conllevó que la ciudad fuese capital de Al-Andalus, a la cual se trasladaron los mejores doctores, matemáticos o filósofos. Llegando a ser Córdoba cuna de la ciencia, la medicina, la filosofía, poesía, etc. Fue comparada con Bagdad, la ciudad más grande de la Edad Media, gobernada por la dinastía abasí. La población de Córdoba fue creciendo desde la llegada de los Omeyas, sobre todo cuando Abderramán III tomó la dirección y tanto cristianos como judíos podían convivir en la mayoría de ciudades bajo la condición de dhimmis “protegidos” que vivían por todo el califato. Como muestra de esta tolerancia podemos poner el ejemplo de una ciudad habitada prácticamente sólo por judíos como fue Eliossana, la actual Lucena.
Finalmente consiguió que Al-Andalus fuese uno de los califatos más poderosos del mundo.
Abderramán muere en el año 961 en Medina Azahara. Alcanzó la edad de 70 años, lo que es un verdadero hito en el siglo X. Le sucedió su hijo Alhakem II, quien continuó la gran obra que comenzó su padre, materializándose por ejemplo en numerosas obras en Medina Azahara o en la esplendorosa ampliación de la Mezquita Aljama de Córdoba, que aún puede visitar en la Mezquita-Catedral.