El Triunfo de San Rafael de Miguel de Verdiguer (II)

El triunfo de San Rafael - Córdoba - Eventour

“Yo te juro, por Jesucristo crucificado que soy Rafael, ángel a quien Dios tiene puesto por custodio de esta ciudad”.
Estas fueron las palabras que pronunció el Arcángel al incrédulo Padre Roelas en su quinta y última aparición. En las anteriores, el ángel reveló al sacerdote que él salvaría a la ciudad de las epidemias, y dudando de la veracidad de sus apariciones, las cuales atribuía a una errónea percepción de sus sentidos, fue en la última cuando se atrevió a preguntar quién era. Y tras aquel 7 de mayo de 1578 dejaron de morir personas en la ciudad a causa de la epidemia.
Desde entonces la devoción a San Rafael en Córdoba no ha pasado desapercibida, y de ello han hablado historiadores cordobeses a lo largo de los siglos. Remitiéndonos a principios del siglo XX, a la segunda edición del libro de Enrique Redel “San Rafael en Córdoba”, me parece digno de mención el apunte que hace acerca de la popularidad del Arcángel entre la población cordobesa: «Todavía no falta el rudo campesino con mugrientos zahones y la vara entre la faja que, por instinto de veneración a su Custodio, se descubre reverente al pasar ante la imagen que corona el puente de Julio César, y sin embargo no conoce el Padrenuestro. Todavía tocándose el ala del sombrero muchos cordobeses cuando cruzan ante el retablo de la estrecha calle de la Candelaria, y no es raro que alguna vieja devota se detenga para rezar a la imagen y alargue su trémula mano para soltar en el cepo el redondo ochaviejo. Y todavía, cuando sale el Ángel en procesión, no es raro que acicalados obreros de las collaciones de Santa Marina y San Lorenzo se disputen la gloria de llevarle, hasta el extremo de sacar las panzudas navajas para conquistarse un puesto, y conducirle en hombros con aire de superioridad, reflejo, en este caso, de un orgullo noble. Ni faltan familias cristianas que coloquen farolas en los balcones de sus casas en la noche que son vísperas del día siete de mayo o veinticuatro de octubre, en obsequio de nuestro celestial príncipe; y ni faltan, en fin, quienes tengan una estampa del Ángel colocada tras la puerta de su domicilio para que sirva de amparo y centinela. […]. Son raras las familias que no cuentan, a lo menos con uno o dos individuos bautizados con el nombre de nuestro Arcángel tutelar; y es rara, por consiguiente, la casa donde no habita algún Rafael o alguna Rafaela».
Por ser este el tema principal de este post, haremos especial referencia a los triunfos que se erigieron en el siglo XVIII en su honor y como muestra de gratitud.
Van a seguir siempre la misma tipología, una columna de proporciones gigantes que sirve de apoyo al Custodio, elevándolo así sobre las azoteas de la ciudad. El más antiguo de estos triunfos data del año 1736, se encuentra en la plaza de la Compañía y fue obra conjunta del arquitecto Alonso Pérez y el escultor Juan Jiménez. El siguiente, de 1743, estuvo situado frente al Alcázar y más tarde se ubicó en la antigua estación de Ferrocarril, -donde hoy se encuentran las oficias de Canal Sur- para dar la bienvenida a los viajeros. Cuatro años más tarde los vecinos de Puerta Nueva recaudaron fondos para erigir otro triunfo. Magestuoso se levanta otro en la plazuela de los Aguayos, sufragado por la marquesa de Santiella, y actualmente en la Plaza del Potro, aunque originariamente ubicado en la Plaza del Ángel, tenemos el primer triunfo de Miguel de Verdiguier, maestro que nos ocupa y artífice del más imponente triunfo dedicado a San Rafael, el segundo de su factura y terminado en el año 1781.
Costeado por el cabildo catedralicio, quién lo encargó como acción de gracias al Arcángel por haber salvado a la ciudad de graves daños a causa del terremoto de 1755 de Lisboa. Haciendo alusión de nuevo al ya citado historiador, en la misma obra relata un milagro obrado durante el terremoto: «En la calle de Armas, casas de Don Alonso de Luque, estaba María Ana de Porras impedida en el sitio de una torre por no tener acomodo de otra vivienda; y viniéndose a tierra todo el edificio con el movimiento del temblor quedó sepultada bajo de las ruinas; y cuando vueltos en sí los de la casa, la lloraban lastimosamente difunta reconocieron estar viva, porque oyeron la voz que decía ¿qué es esto? ¿qué ha sucedido? Escombraron el material y hallaron que las vigas haciéndole como pabellón la habían puesto resguardo para que no la maltratase la ruina de las paredes y techumbres; dejándola ilesa y sin perjuicio alguno».