La Mezquita de Córdoba es uno de esos edificios con vida propia, un lugar en el que uno se siente insignificante, repleto de significados y con una importante lección de historia que darnos. Y más allá de un mero primer vistazo, la Mezquita de Córdoba supone el inicio del Arte Andalusí.
Antes de su construcción como tal, los primeros musulmanes de Córdoba compartieron espacio con la Basílica visigoda de San Vicente para sus rezos, alternándose ambos cultos, cristiano y musulmán, en un mismo lugar y constituyendo este hecho una de las primeras lecciones históricas de convivencia que supone este edificio. Sin embargo, debido al aumento de población cordobesa musulmana, el emir Abd al-Rahmán I pronto vio la necesidad de adquirir el edificio completo para la práctica musulmana del rezo en comunidad, por lo que finalmente se llegó a un acuerdo y compró el solar por la suma de cien mil monedas de oro.
Su construcción comenzó en el 786 y parece ser que en su diseño participó el propio emir. Un diseño planteado como un auténtico símbolo del poder del Emirato Omeya Independiente de Damasco, pues Abd al-Rahmán tenía que dejar constancia de su logro, él no era uno más, era «el emigrado», el príncipe Omeya que escapó de la masacre de los Abasíes y huyó de Damasco hasta el Magreb y de ahí a Córdoba, donde se autoproclamó emir independiente.
La Mezquita de Córdoba, al igual que la de Damasco, tiene dos partes perfectamente diferenciadas entre patio y sala de oración propiamente dicha. La disposición y orientación del edificio, no orientado perfectamente hacia la Meca, ha hecho pensar a los historiadores más románticos en el recuerdo o la añoranza de este emir por su tierra, Siria, donde las mezquitas miran hacia el sur. Pero la explicación más técnica es que la mezquita tenía que adaptarse a un espacio previamente existente como era la Basílica de San Vicente y a todo un entramado urbanístico preestablecido que se remontaba a la época romana.
La mayoría de los elementos constructivos de la Mezquita dan fe de ese diálogo intercultural del que hablamos: Sus muros exteriores coronados por almenas escalonadas recuerdan a la antigua Mesopotamia y Siria; en su interior, el empleo de materiales reutilizados de época romana y visigoda hizo suponer que Abd al-Rahmán I añoraba épocas pasadas, sin embargo es mucho más fácil pensar que simplemente era una manera de abaratar costes, pues en esta primera época emiral se invertía mucho más en consolidar el poder Omeya que en construir nuevos edificios.
Por ello, las once naves de que constaba esta primera mezquita se disponen a través de columnas que son diferentes todas, con capiteles también diferentes, siendo lógicamente los romanos los de mayor calidad artística. El sistema de doble arcada y la alternancia de color y material en los arcos pueden parecer algo original y novedoso en la Mezquita de Córdoba, sin embrago también son elementos reinterpretados: El arco de herradura ya se usaba en la arquitectura visigoda y la alternancia de color y material en el arco ya podía verse en España, en el Acueducto romano de los Milagros, en Mérida.
La techumbre que vemos hoy a base de artesonados de madera es una recreación de lo que pudo ser en origen. Y el suelo original, lejos del mármol que encontramos hoy, sería argamasa teñida de color óxido cubierta completamente por alfombras y esterillas que facilitaban el postrado para el rezo.
De las cuatro puertas que tuvo la mezquita emiral tan solo conservamos una, la Bab-al-Wuzara, hoy conocida como Puerta de San Sebastián, ya que estaba justo en frente de un hospital del mismo nombre. Además de ser la más antigua que conservamos, esta puerta sirvió de modelo a todas las demás en las sucesivas ampliaciones de la Mezquita cordobesa. No debemos pasar inadvertidos al lado de esta puerta, pues es uno de los elementos más significativos e interesantes de todo el edifico: Por un lado, supone la fusión de elementos clásicos, orientales y propiamente hispanos en su disposición tripartita que bien nos recuerda a los arcos del triunfo romanos y a los palacios del desierto orientales; Y por otro, esta puerta presenta dos momentos histórico-artísticos diferentes del Arte Andalusí: el año 786-788 en que Abd al-Rahmán I la construye, y el 855-856 cuando Muhammad I la restaura, dejando constancia de ello en una inscripción en su intradós.
Laura Mª Cabrera Belfmonth, Experta en Arte Islámico.