Abd al-Rahmán III, apodado por él mismo «el triunfador», se proclamó califa de Córdoba en el año 929, no solo por ansia de poder política sino además como un gesto de defensa omeya contra cristianos y fatimíes de Egipto, sus principales enemigos.
Llevó a cabo una importantísima reforma urbanística en Córdoba, llegando incluso a fundar una nueva ciudad para él y su corte, Madinat al-Zahra.
En la Mezquita, amplió el patio hacia el lado opuesto al río unos 21 metros, por lo que tuvo que derrumbar el muro norte de la mezquita fundacional de Abd al-Rahmán I y el alminar de Hixem I. Continuó con la misma técnica constructiva de todo el edificio emiral en este nuevo muro norte donde abrió además una puerta justo en el centro. Es el muro y el hueco que vemos actualmente, pero el aspecto de esta puerta, hoy Puerta del Perdón, no es el original, sino el resultado de múltiples intervenciones cristianas. Al interior del patio, construyó nuevas galerías laterales en sus frentes, aunque hoy no se conservan como tal pues fueron reconstruidas por Hernán Ruíz I en el siglo XVI.
Pero sin duda la construcción más significativa del califato de Abd al-Rahmán III fue la construcción de un nuevo alminar para la Mezquita, y no uno cualquiera, sino el más grande de todo el Occidente islámico, pues fue el estandarte del Califato Omeya cordobés frente a la dinastía shií de los Fatimíes del norte de África.
Hoy tan solo conservamos una parte del primer cuerpo, el resto está dentro de la torre cristiana construida a partir del siglo XVI con motivo de un terremoto que debilitó en gran medida el alminar. Sin embargo, el tiempo que va desde la conquista cristiana de Córdoba en 1236 y este terremoto del siglo XVI, el alminar conservó su aspecto musulmán, tal solo modificado con la incorporación de un cuerpo de campanas. Parece ser que al Cabildo le gustaba presumir de este alminar por su grandeza y monumentalidad. Finalmente, debido al citado terremoto, se decide construir una especie de envoltura arquitectónica para proteger el alminar, por eso hoy decimos que el originario está dentro de la torre-campanario cristiana. No obstante, el primer cuerpo se conserva casi en su totalidad y es muy interesante porque presenta unas columnas con unos capiteles que suponen una novedad en el arte andalusí, el capitel de pencas, introducido por primera vez en la Península Ibérica por Abd al-Rahmán III en este alminar y usado después por al-Hakam II y Almanzor en el interior de la Mezquita. Aunque la parte superior no se conserva, sabemos que estuvo cubierta por una cúpula de media naranja coronada por un vástago central con manzanas de metal ensartadas en sentido decreciente, aludiendo al poder creador de Alá.
Al morir Abd al-Rahmán III en 961 le sucede su hijo Al-Hakam II a la edad de 46 años, el califa más culto, sabio y justo que tuvo Córdoba, según las crónicas. Se dice que tuvo una biblioteca de 400,000 libros y que los había leído todos.
La sala de oración de la mezquita se había quedado pequeña al lado del gran alminar que mandó construir su padre, por lo que justo al día siguiente de su muerte, Al-Hakam II manda ampliarla en doce tramos hacia el sur, hacia el río, de manera que cabían un total de 6,300 fieles, según las crónicas. En esta nueva ampliación el califa mantiene el mismo sistema de sus antepasados de doble arcada y columnas, sin embargo ahora todos los materiales son nuevos, labrados ex profeso, y no de acarreo.
Esta nueva ampliación comunica con la anterior a través de una solución verdaderamente interesante, una arquería transversal profusamente decorada con arcos de herradura y polilobulados. Se trata casi de una fachada que hace de entrada a esta nueva ampliación, como si entráramos a un lugar diferente, porque Al-Hakam II lo que quería era una mezquita aparte, un espacio que se distinguiese del resto del edificio como símbolo de su poder, porque él ya no era emir, él era un Califa, además, sentía la necesidad de construir algo al nivel de su padre, que recordemos levantó una ciudad nueva (Madinat al-Zahra). Por ello, no escatimó en gastos, cuentan las crónicas que incluso en los reinos cristianos del Norte se habló de la grandiosidad de esta ampliación.
Quizá uno de los elementos más deslumbrantes es la construcción de cuatro cúpulas colocadas estratégicamente en la nave que conduce hasta el mirhab para así aumentar la entrada de luz y destacar los espacios más importantes de la sala de oración. Además, suponen la primera vez que se usa el arco polilobulado con un sentido constructivo ya que se entrecruzan y se mezclan de manera que forman pantallas sobre las que se levantan estas cúpulas, formadas a su vez por arcos de medio punto entrecruzados y coronadas con bóvedas de gallones. Lo más original es la presencia de pequeñas ventanitas cubiertas por celosías con motivos geométricos, de manera que debemos imaginarnos la luz tamizada que resbalaría por esas superficies labradas y coloreadas creando un magnífico efecto de movimiento y misticismo. Lógicamente es la cúpula situada justo delante del mirhab la que presenta mayor ornamentación con mosaicos a base de teselas de oro puro en las que predomina el dorado y el azul lapizlázuli en una clara alusión a la bóveda celeste y el tránsito entre el cielo y la tierra. Además de su parecido con la Cúpula de la Roca de Jerusalén, edificio por excelencia del Islam.
Sin duda es el mirhab la parte más espectacular e importante en toda la ampliación de al-Hakam II. Profusamente decorado con zócalos de mármol y piedra labrada donde podemos observar los símbolos islámicos más recurrentes, elementos vegetales, flora fantástica, inscripciones cúficas… El arco de herradura que da paso al nicho del mirhab propiamente dicho presenta una riquísima decoración a base de motivos epigráficos y mosaicos realizados por un maestro musivario de Bizancio, pues sabemos que Al-Hakam II se lo pidió al propio emperador de Bizancio, Nicéforo Focas. De ahí que su calidad artística nos recuerde tantísimo a los mosaicos de Santa Sofía. Al-Hakam II lo que quería con estos mosaicos era hacer una especie de tributo a sus antepasados los Omeyas de Siria.
Al-Hakam II construyó otro Sabat, pasadizo que comunicaba directamente con el Alcázar y salvaba el desnivel de la calle con un gran arco. Además mandó construir un total de ocho puertas, de las que lógicamente conservamos las cuatro del muro occidental.
Serán estas quizá las ampliaciones e intervenciones más espectaculares de cuantas hicieron emires y califas y que podemos observar aún hoy en el edificio.
Laura Mª Cabrera Belfmonth. Experta en Arte Islámico.